El debate apremiante de la energía
EL CORREO DIGITAL | OPINI�N - El debate apremiante de la energ�a: " "
RAMÓN JÁUREGUI ATONDO /PORTAVOZ DEL PSOE EN LA COMISIÓN CONSTITUCIONAL DEL CONGRESO
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Sea cual sea el ángulo desde el que analicemos el problema energético, negros nubarrones aparecen en nuestra vista. Unos porque dicen que los combustibles fósiles se acaban; otros porque las cifras de demanda de energía se disparan y no hay esperanza suficiente en las energías alternativas, es decir, las renovables (sol, mar, viento y los biocarburantes de la agricultura); otros porque la fusión nuclear se retrasa y quizás no llegue y la energía de fisión nuclear no ha resuelto el problema de sus residuos. Otros porque, mientras todo esto ocurre, seguimos emitiendo CO2 por toneladas cada día y se confirma el caos climático que se avecina. Otros, en fin, porque creen que una escasez de oferta tan grave, de un elemento tan esencial, para la economía y el bienestar del mundo, acabará produciendo conflictos internacionales de importancia geoestratégica.
El crecimiento del consumo se explica fácilmente. Aunque el sector industrial de Occidente se mantiene en cifras relativamente estables, el consumo en el sector servicios y en los hogares crece con los avances domésticos y el aire acondicionado. En particular, los países de la UE están creciendo en el consumo a un ritmo del 1% anual, pero el desarrollo económico de la Europa del Este eleva el consumo energético de la ECOS ( Europa Central, Oriental y del Sur) a más del 2% anual. Pero estos crecimientos son calderilla comparados con los fuertes tirones de demanda que están ejerciendo China, India y el Sudeste asiático, región del mundo en la que se concentran más de 2.500 millones de personas con crecimientos económicos sostenidos de hasta el 10% anual (caso de China, por ejemplo). El consumo energético mundial ha crecido en el periodo 1980-2002 más de un 45% y los expertos aseguran que la demanda se multiplicará por 1,6 en los próximos 30 años.
Conviene recordar que la energía que consumimos procede mayoritariamente de los combustibles fósiles. En la Unión Europea, donde más se han desarrollado otras fuentes energéticas, el consumo derivado del petróleo es del 43%; del gas, el 24%; y del carbón, un 13%, lo que suma un 80%, aproximadamente, de dependencia de los fósiles, con el consecuente volumen de emisión de CO2. Nuestra 'diversidad energética' sólo es del 13% nuclear, 5% hidroeléctrica y 3% eólica.
Si examinamos ahora la oferta, debemos reconocer primero que los cálculos sobre la duración de las reservas mundiales de los tres combustibles fósiles no son infalibles. Tomando como base el ritmo actual de crecimiento anual (1,5% de la media mundial), los expertos dicen que quedan reservas de petróleo para 40 años, de gas para 70 años y de carbón para cerca de 200 años. Pero dos factores se contraponen: de una parte, pueden producirse crecimientos del consumo no previstos y de otra, la búsqueda incesante de nuevos pozos en todo el mundo puede alterar sustancialmente esas previsiones. En todo caso, el examen de la oferta debe completarse con una referencia geográfica: la mayor parte de las reservas energéticas primarias (a excepción del carbón) están concentradas en unas pocas zonas geográficas y en pocos países. Europa es el gran continente amenazado, porque sólo Dinamarca, Noruega y el Reino Unido son suficientes energéticamente hablando. En conjunto, Europa importa el 75% del petróleo que consume y cerca del 50% del gas y el carbón que necesita, lo que la convierte en una zona especialmente vulnerable al futuro energético. Por último, hay que destacar el alza de precios que se viene produciendo en los últimos meses como consecuencia de la Guerra de Irak, la reducción de las reservas, el aumento de la demanda y la inestabilidad geopolítica de los países productores.
Este cuadro de inestabilidad económica y geopolítica, de incertidumbre cuantitativa y de vulnerabilidad e importantes dependencias de grandes zonas del mundo configura una amenaza creciente a la paz. Felipe González ha señalado recientemente que EE UU y China «están tomando posiciones frente a los recursos actuales y futuros en las energías no renovables, empleando recursos económicos, capacidad de influencia y/o potencia pura y dura, pero no están haciendo un esfuerzo paralelo de investigación y desarrollo de otras energías». Su llamada de atención concluía señalando que la escasez de energía acabará siendo un factor fundamental para la paz o la guerra, «tan importante como la proliferación armamentística y las amenazas del territorio internacional, que, para colmo, no vamos a poder separar de los problemas de la energía».
Pero no acaban ahí los malos presagios. Las emisiones de gases derivadas de la combustión de estos fósiles, principalmente CO2, metano y SO2, siguen aumentando y provocando una acentuación del efecto invernadero de la atmósfera, que a su vez origina una subida de las temperaturas globales. El 'calentamiento del planeta' tendrá efectos significativos en el clima, en el nivel del mar, en las precipitaciones, los ecosistemas, la salud, etcétera, por lo que es generalizada la opinión de que constituye el problema medioambiental más serio al que se enfrenta actualmente la Humanidad.
En este contexto, es explicable que muchos hayan vuelto a mirar a la energía nuclear como la solución menos mala. Pero la energía nuclear tiene los mismos inconvenientes que provocaron, en su día, las moratorias internacionales en casi todo el mundo y que no han sido satisfactoriamente resueltos: la seguridad de sus instalaciones, el riesgo de utilización bélica y la falta de una solución aceptable para los residuos radioactivos, especialmente para los de alta actividad, que constituyen una herencia inadmisible para las generaciones futuras durante cientos de miles de años.
¿Soluciones? Hay que colocar el signo de la interrogación al hablar de soluciones en el tema energético. ¿Las energías renovables? ¿La fusión nuclear? ¿El hidrógeno? ¿Una nueva agricultura para cultivar nuevas energías de biomasa? Son signos de esperanza incierta. En unos casos porque sus costes son altísimos. En otros porque la tecnología no está desarrollada, la organización del cambio energético no está ni prevista ni organizada o porque su aportación al conjunto de la energía necesaria es demasiado pequeña. El tema energético reclama una combinación de medidas políticas, económicas, sociales y educativas que afectan a gobiernos y a ciudadanos, a empresas y a investigadores, a la sociedad en general y que, sin ánimo de agotar un problema tan complejo, deben pasar por las siguientes líneas de acción:
Primera. Las energías renovables deben ser potenciadas a través de un marco legal de fomento que incluya mecanismos de estímulos a su generación: primas de producción, subsidios directos, compras obligatorias, comercialización de energía verde, etcétera. En el año 2004, España, por ejemplo, una de las grandes potencias mundiales en industria eólica, tiene instalados unos 8.000 MW, equivalentes al 6% de la energía total generada. Antes de 2010 deberíamos lograr 20.000 MW, aunque eso requerirá explorar la instalación de grandes plantas eólicas marinas, lo que exigirá nuevos consensos sociales y medioambientales.
La producción solar es todavía mínima, a pesar de que España tiene excelentes condiciones de insolación. La biomasa sólo acaba de despegar. En Francia, sin embargo, se han planificado ya cambios estratégicos en los cultivos y se están construyendo grandes plantas para el uso energético de la colza y de otros cereales, en una apuesta que puede revolucionar la agricultura europea. La reciente noticia (EL CORREO del 21 de julio) de que el EVE y Abengoa invertirán 90 millones en la primera planta de bioetanol de Euskadi va en la buena dirección.
Segunda. Los ciudadanos tenemos que tomar conciencia de la gravedad de la situación energética y asumir como inevitable una profunda reforma de nuestros hábitos. El uso del transporte colectivo, el ahorro en los consumos de energía y agua en nuestros hogares, la instalación de energía solar para la calefacción y el agua caliente, la compra de los biocarburantes para nuestros vehículos, el aislamiento de nuestras viviendas y la selección de nuestros electrodomésticos, en función del consumo energético, o la compra de 'energía verde' son sólo algunos de los criterios que debemos ir incorporando a una 'conciencia energética' que debe llegar a todos los habitantes del planeta.
Naturalmente, esta cultura individual hacia la energía debe ir acompañada de políticas de ahorro y eficiencia en el consumo energético que favorezcan la reacción ciudadana: información a los consumidores, tarifas que premitan el ahorro y castiguen los excesos, máxima liberalización de las empresas comercializadoras, medidas de eficiencia energética de los edificios, reformas técnicas en los aparatos de consumo, etcétera.
Tercera. Es urgente impulsar y favorecer la investigación científica y la innovación tecnológica en el campo de la energía. Hay cuatro grandes campos de acción que apuntan esperanzas que debemos convertir en realidad:
-La tecnología de fusión nuclear (ITER) que acaba de obtener un gran acuerdo mundial para instalar en Francia el reactor experimental.
-La tecnología fotovoltaica, que si abarata costes puede resultar fundamental en el largo plazo porque transforma en energía eléctrica la inmensa luz solar.
-La energía eólica, si optimiza su tecnología y se puede instalar en el mar y en países con alto potencial.
-La producción y utilización de biocombustibles para la automoción, así como el desarrollo de la tecnología del hidrógeno.
Cuarta. La no emisión de CO2 y la abundancia de uranio hacen recomendable la energía nuclear en el actual estado de cosas, pero no será solución mientras no se desarrolle la tecnología de fusión nuclear (ITER) o mientras no se encuentren soluciones aceptables al problema de los residuos de alta radioactividad. Las dos tareas pendientes en esta materia son acortar los largos plazos de vida radioactiva de los residuos, mediante investigaciones que están bastante avanzadas, y ubicar en cementerios nucleares 'seguros' (capas geológicas estables y profundas) los restos de las centrales existentes.
Éstos son los caminos sobre los que existe consenso mundial. Ahora hace falta que pasemos 'de las musas al teatro'.
RAMÓN JÁUREGUI ATONDO /PORTAVOZ DEL PSOE EN LA COMISIÓN CONSTITUCIONAL DEL CONGRESO
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Sea cual sea el ángulo desde el que analicemos el problema energético, negros nubarrones aparecen en nuestra vista. Unos porque dicen que los combustibles fósiles se acaban; otros porque las cifras de demanda de energía se disparan y no hay esperanza suficiente en las energías alternativas, es decir, las renovables (sol, mar, viento y los biocarburantes de la agricultura); otros porque la fusión nuclear se retrasa y quizás no llegue y la energía de fisión nuclear no ha resuelto el problema de sus residuos. Otros porque, mientras todo esto ocurre, seguimos emitiendo CO2 por toneladas cada día y se confirma el caos climático que se avecina. Otros, en fin, porque creen que una escasez de oferta tan grave, de un elemento tan esencial, para la economía y el bienestar del mundo, acabará produciendo conflictos internacionales de importancia geoestratégica.
El crecimiento del consumo se explica fácilmente. Aunque el sector industrial de Occidente se mantiene en cifras relativamente estables, el consumo en el sector servicios y en los hogares crece con los avances domésticos y el aire acondicionado. En particular, los países de la UE están creciendo en el consumo a un ritmo del 1% anual, pero el desarrollo económico de la Europa del Este eleva el consumo energético de la ECOS ( Europa Central, Oriental y del Sur) a más del 2% anual. Pero estos crecimientos son calderilla comparados con los fuertes tirones de demanda que están ejerciendo China, India y el Sudeste asiático, región del mundo en la que se concentran más de 2.500 millones de personas con crecimientos económicos sostenidos de hasta el 10% anual (caso de China, por ejemplo). El consumo energético mundial ha crecido en el periodo 1980-2002 más de un 45% y los expertos aseguran que la demanda se multiplicará por 1,6 en los próximos 30 años.
Conviene recordar que la energía que consumimos procede mayoritariamente de los combustibles fósiles. En la Unión Europea, donde más se han desarrollado otras fuentes energéticas, el consumo derivado del petróleo es del 43%; del gas, el 24%; y del carbón, un 13%, lo que suma un 80%, aproximadamente, de dependencia de los fósiles, con el consecuente volumen de emisión de CO2. Nuestra 'diversidad energética' sólo es del 13% nuclear, 5% hidroeléctrica y 3% eólica.
Si examinamos ahora la oferta, debemos reconocer primero que los cálculos sobre la duración de las reservas mundiales de los tres combustibles fósiles no son infalibles. Tomando como base el ritmo actual de crecimiento anual (1,5% de la media mundial), los expertos dicen que quedan reservas de petróleo para 40 años, de gas para 70 años y de carbón para cerca de 200 años. Pero dos factores se contraponen: de una parte, pueden producirse crecimientos del consumo no previstos y de otra, la búsqueda incesante de nuevos pozos en todo el mundo puede alterar sustancialmente esas previsiones. En todo caso, el examen de la oferta debe completarse con una referencia geográfica: la mayor parte de las reservas energéticas primarias (a excepción del carbón) están concentradas en unas pocas zonas geográficas y en pocos países. Europa es el gran continente amenazado, porque sólo Dinamarca, Noruega y el Reino Unido son suficientes energéticamente hablando. En conjunto, Europa importa el 75% del petróleo que consume y cerca del 50% del gas y el carbón que necesita, lo que la convierte en una zona especialmente vulnerable al futuro energético. Por último, hay que destacar el alza de precios que se viene produciendo en los últimos meses como consecuencia de la Guerra de Irak, la reducción de las reservas, el aumento de la demanda y la inestabilidad geopolítica de los países productores.
Este cuadro de inestabilidad económica y geopolítica, de incertidumbre cuantitativa y de vulnerabilidad e importantes dependencias de grandes zonas del mundo configura una amenaza creciente a la paz. Felipe González ha señalado recientemente que EE UU y China «están tomando posiciones frente a los recursos actuales y futuros en las energías no renovables, empleando recursos económicos, capacidad de influencia y/o potencia pura y dura, pero no están haciendo un esfuerzo paralelo de investigación y desarrollo de otras energías». Su llamada de atención concluía señalando que la escasez de energía acabará siendo un factor fundamental para la paz o la guerra, «tan importante como la proliferación armamentística y las amenazas del territorio internacional, que, para colmo, no vamos a poder separar de los problemas de la energía».
Pero no acaban ahí los malos presagios. Las emisiones de gases derivadas de la combustión de estos fósiles, principalmente CO2, metano y SO2, siguen aumentando y provocando una acentuación del efecto invernadero de la atmósfera, que a su vez origina una subida de las temperaturas globales. El 'calentamiento del planeta' tendrá efectos significativos en el clima, en el nivel del mar, en las precipitaciones, los ecosistemas, la salud, etcétera, por lo que es generalizada la opinión de que constituye el problema medioambiental más serio al que se enfrenta actualmente la Humanidad.
En este contexto, es explicable que muchos hayan vuelto a mirar a la energía nuclear como la solución menos mala. Pero la energía nuclear tiene los mismos inconvenientes que provocaron, en su día, las moratorias internacionales en casi todo el mundo y que no han sido satisfactoriamente resueltos: la seguridad de sus instalaciones, el riesgo de utilización bélica y la falta de una solución aceptable para los residuos radioactivos, especialmente para los de alta actividad, que constituyen una herencia inadmisible para las generaciones futuras durante cientos de miles de años.
¿Soluciones? Hay que colocar el signo de la interrogación al hablar de soluciones en el tema energético. ¿Las energías renovables? ¿La fusión nuclear? ¿El hidrógeno? ¿Una nueva agricultura para cultivar nuevas energías de biomasa? Son signos de esperanza incierta. En unos casos porque sus costes son altísimos. En otros porque la tecnología no está desarrollada, la organización del cambio energético no está ni prevista ni organizada o porque su aportación al conjunto de la energía necesaria es demasiado pequeña. El tema energético reclama una combinación de medidas políticas, económicas, sociales y educativas que afectan a gobiernos y a ciudadanos, a empresas y a investigadores, a la sociedad en general y que, sin ánimo de agotar un problema tan complejo, deben pasar por las siguientes líneas de acción:
Primera. Las energías renovables deben ser potenciadas a través de un marco legal de fomento que incluya mecanismos de estímulos a su generación: primas de producción, subsidios directos, compras obligatorias, comercialización de energía verde, etcétera. En el año 2004, España, por ejemplo, una de las grandes potencias mundiales en industria eólica, tiene instalados unos 8.000 MW, equivalentes al 6% de la energía total generada. Antes de 2010 deberíamos lograr 20.000 MW, aunque eso requerirá explorar la instalación de grandes plantas eólicas marinas, lo que exigirá nuevos consensos sociales y medioambientales.
La producción solar es todavía mínima, a pesar de que España tiene excelentes condiciones de insolación. La biomasa sólo acaba de despegar. En Francia, sin embargo, se han planificado ya cambios estratégicos en los cultivos y se están construyendo grandes plantas para el uso energético de la colza y de otros cereales, en una apuesta que puede revolucionar la agricultura europea. La reciente noticia (EL CORREO del 21 de julio) de que el EVE y Abengoa invertirán 90 millones en la primera planta de bioetanol de Euskadi va en la buena dirección.
Segunda. Los ciudadanos tenemos que tomar conciencia de la gravedad de la situación energética y asumir como inevitable una profunda reforma de nuestros hábitos. El uso del transporte colectivo, el ahorro en los consumos de energía y agua en nuestros hogares, la instalación de energía solar para la calefacción y el agua caliente, la compra de los biocarburantes para nuestros vehículos, el aislamiento de nuestras viviendas y la selección de nuestros electrodomésticos, en función del consumo energético, o la compra de 'energía verde' son sólo algunos de los criterios que debemos ir incorporando a una 'conciencia energética' que debe llegar a todos los habitantes del planeta.
Naturalmente, esta cultura individual hacia la energía debe ir acompañada de políticas de ahorro y eficiencia en el consumo energético que favorezcan la reacción ciudadana: información a los consumidores, tarifas que premitan el ahorro y castiguen los excesos, máxima liberalización de las empresas comercializadoras, medidas de eficiencia energética de los edificios, reformas técnicas en los aparatos de consumo, etcétera.
Tercera. Es urgente impulsar y favorecer la investigación científica y la innovación tecnológica en el campo de la energía. Hay cuatro grandes campos de acción que apuntan esperanzas que debemos convertir en realidad:
-La tecnología de fusión nuclear (ITER) que acaba de obtener un gran acuerdo mundial para instalar en Francia el reactor experimental.
-La tecnología fotovoltaica, que si abarata costes puede resultar fundamental en el largo plazo porque transforma en energía eléctrica la inmensa luz solar.
-La energía eólica, si optimiza su tecnología y se puede instalar en el mar y en países con alto potencial.
-La producción y utilización de biocombustibles para la automoción, así como el desarrollo de la tecnología del hidrógeno.
Cuarta. La no emisión de CO2 y la abundancia de uranio hacen recomendable la energía nuclear en el actual estado de cosas, pero no será solución mientras no se desarrolle la tecnología de fusión nuclear (ITER) o mientras no se encuentren soluciones aceptables al problema de los residuos de alta radioactividad. Las dos tareas pendientes en esta materia son acortar los largos plazos de vida radioactiva de los residuos, mediante investigaciones que están bastante avanzadas, y ubicar en cementerios nucleares 'seguros' (capas geológicas estables y profundas) los restos de las centrales existentes.
Éstos son los caminos sobre los que existe consenso mundial. Ahora hace falta que pasemos 'de las musas al teatro'.
1 Comments:
Mi país, Chile también está dando pasos preocupantes en este sentido, en mi blog puedes informarte cual es la situación.
http://triplege.bitacoras.com/
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